La revista “National Geographic” recomienda en su último número seis rutas para “adentrarse en el paraíso otoñal de Navarra”, la Selva de Irati, a la que considera “una maravilla natural y un regalo para las emociones en cualquier época del año. Pero, sin duda, es en otoño cuando pone nuestra sensibilidad a flor de piel en un deleite conmovedor, tierno y misterioso. Es la estación en la que la fronda se reinventa en un despliegue expresionista. Porque antes de que las hojas tapicen el suelo, la naturaleza enloquece blandiendo sus pinceles, crea nuevos tonos y matices de su amplia paleta de color y decora con ellos su lienzo vegetal”.
Para disfrutar de sus secretos, propone seis recorridos que “cabalgan los Pirineos entre la Navarra peninsular y las tierras vascas continentales. Son caminos que descubren los arcanos de una mitología épica que canta en euskera y el latido de una relación que une pueblo y tierra”. Estos son los recorridos y sus explicaciones:
El Valle de Aezkoa de sur a norte
Esta ruta discurre por el valle de Aezkoa atravesando la Selva de Irati de sur a norte. Son 20 km en coche o en bicicleta. Parte de Aribe tras haber cruzado el río Irati por su balanceante puente colgante primero y su sólido puente medieval después. Sigue rumbo norte, pasando junto a la Reserva Natural de Tristuibartea antes de llegar al destartalado puente colgante de Beotegi y entrar en Orbara, con su hórreo de Jabat y su “puente romano”, medieval en realidad. Finalmente, cruza el pueblo de Orbaizeta y, de camino a la Fábrica de Armas, no es mala idea detenerse en alguna quesería para adquirir el estupendo queso local.
Las ruinas de la vieja Fábrica de Armas, esperan con todo su pasado a cuestas. Si se va sin prisa, se puede subir hasta el castillo de Arlekia, cuyos restos sirven de plataforma para degustar un espléndido paisaje. Ahora hay que adentrarse en el bosque junto a la Reserva Natural de Mendilatz, saliendo de nuevo al claro bajo la Virgen de Etzangio en la estación megalítica de Azpegi. Si se deja un rato el coche, un estupendo paseo sube hasta el dolmen de Soroluze. Desde aquí, se puede continuar monte arriba hasta la cilíndrica torre de Urkulu, construida en el año 28 a. C. para conmemorar la victoria romana sobre la federación de los tarbelos.
La ruta por este rincón de Navarra continua tras descender hasta el magnífico conjunto de crómlech de Azpegi para regresar al vehículo andando por la carretera. Continua hacia Iropile donde espera otro crómlech, Organbide, de reciente construcción pero de enigmática estética. Sigue hacia el este por una estrecha carretera que penetra apenas unos metros en la comuna de Ezterenzubi, en la Baja Navarra. A lo largo de 3 km, conduce bordeando el precipicio hasta un punto donde hay que continuar a pie. Un sendero que lame la ladera sobre el río Errobi termina en la cueva de Harpea, perfecto anticlinal de mistérica belleza que abre una puerta al interior de la montaña. Se dice que en ella habitan las lamiak desde el origen de los tiempos, beldades de largos cabellos dorados y pies de animal cuya presencia se siente en medio de un entorno recóndito, hechizante y arcano.
Irabia y el corazón del bosque
No se puede estar en Irati y no caminar por su interior. Es la única forma de acercarse al pálpito de su fuerza antigua y salvaje. Así, rodeados de las sensaciones que embrujan nuestra alma con sus juegos de luces y sombras, se puede navegar en la fascinación de su color. Y el corazón de Irati se llama Irabia, aguas remolonas circundadas de bosque que reflejan en su espejo traslucido los perfiles de hojas caducas cuya cercana caída es futuro renacer.
Es posible caminar todo su perímetro partiendo de la presa que remansó la corriente del río desde los años 20 del pasado siglo. Es un itinerario de 11 km donde sólido y líquido funden sus ondas cuando la brisa acaricia el follaje de las hayas y roza la superficie del embalse. Al rodear el contorno caprichoso e irregular del pantano, caminamos sobre una especie de inmensa corona enjoyada. Es especialmente bello cuando, tras la lluvia, renace el Sol otoñal. En ese momento, se produce el sordo restallido policromo de las pequeñas joyas líquidas depositadas en el follaje. El recorrido discurre cercano siempre a la orilla entrando de cuando en cuando a la fogosidad del bosque, sin grandes desniveles y llegando al mismo punto en el que tuvo inicio.
Ascenso al Pico Ori
Un clásico del montañismo en estas tierras es la ascensión al Ori. Su cumbre se levanta 2.017 m creando un balcón privilegiado sobre ambas vertientes del Pirineo. Es el primero de los dosmiles llegando del Cantábrico y su peñascoso perfil es inconfundible, socavado al norte por los desaparecidos glaciares en Atxurterria y Alüpina, y con el bosque rendido a sus pies en su cara meridional.
Coronarlo es un premio tanto para principiantes como para caminantes más avezados debido a las múltiples posibilidades que ofrece. La más sencilla y transitada es la que parte del collado de Itürzaeta en el puerto de Larraine y alcanza la cumbre sin dificultad pasando por el Oritxipia. La otra ruta es algo más larga y severa, pero también más completa, la que nace en el collado de Tharta, en el País Vasco francés, llegando desde los Chalets d’Iraty.
Ida y vuelta son 12 km a los que se suman un par de ellos más si se culmina primero el Bizkartze (1.658 m), que queda a la derecha. Hay que salvar subidas y bajadas con algún que otro repecho empinado, atravesando pastos de montaña por pistas camperas de asfalto precario y trochas pastoriles, pero siempre con el Ori marcando el camino como un mojón clavado en el cielo.
La belleza de la ruta es abrumadora. Al llegar a Artxilondo y dejar atrás la kaiola (borda) de Organbide, con el bosque compitiendo por alcanzar la cumbre mientras se atraviesa el cresterío del Xaxpigaina (1.768 m). Hacia el norte las tierras de Zuberoa, hacia el sur, escondidos, los valles navarros de Erronkari y Salazar. Y en derredor, se suceden el rosario de montañas, que hace explosión cuando se llega a la cúspide en la misma línea de frontera: Auñamendi, Contende, Soumcouy, Mail Carnassier, Txardekagaina, Kartxila… y en un día despejado, incluso se llega a ver el Moncayo.
El Paseo de los Sentidos
Si se busca una ruta corta, sencilla y variada, ideal para realizar en familia o con grupos de niñas y niños, ninguna mejor que esta. Son un par de km que siguen el curso del río Urtxuria, una caminata circular con afán didáctico que va mostrando las diferentes especies arbóreas que componen la Selva de Irati. Pero antes, aparecen las ruinas del fuerte del s. XVIII conocido como Casas del Rey, situado sobre las Casas de Irati y camino de la ermita de la Virgen de las Nieves, que es donde propiamente comienza el recorrido.
Desde aquí, la ruta sigue por el bosque siguiendo la senda de Akerreriko bidea. Comienza el recital de árboles con el haya y el abeto como protagonistas, pero acompañados a coro por acebos, avellanos, abedules, tilos, arces y tejos. Al llegar a la zona de Sanferminbizkarra, desciende hasta el cauce del río, que hay que cruzar mojándose los pies para continuar por su margen izquierda. Continúa siguiendo siempre la pista terrera por el vallejo hasta un segundo vadeo, justo debajo de la ermita y muy cerca ya del punto de salida.
Erreka idorra
Erreka idorra significa “Arroyo seco”. Durante el estiaje, los regatos y riachuelos que irrigan Irati pueden llegar a agostarse, pero en otoño las lluvias hacen acto de presencia y el agua suele bajar en abundancia. Así, en esta época del año, el Urbeltza se despereza con brío y su corriente baña las riberas de cuatro territorios: los valles navarros de Aezkoa y Salazar y las tierras meridionales de Basabürüa en Zuberoa, y el Pays de Cize o Garazi, en Baja Navarra. El recorrido transita por todos ellos y alterna las riberas de este río de ur beltza (agua negra) que, en 11 km circulares, permite disfrutar de un espectáculo visual donde la naturaleza ha decidido no poner límites a la belleza.
El itinerario comienza y acaba en el aparcamiento de las Casas de Irati: en un bosque tupido y gótico donde respirar la esencia de la tierra, su calor, su color y su sigilo, su humedad, su virtud y su rigor. Desde su interior por galerías de vegetación acompañados por el murmullo del agua, pero también desde rincones elevados de luz donde perder nuestra mirada en la densidad de su dosel forestal. Es a ratos amable y a ratos rebelde, con llaneos tranquilos y varios repechos que acusarán nuestras piernas. Pero el esfuerzo se ve aliviado por hitos como la cascada de Itsuosin o El Cubo, como el claro que se abre al cielo entre Algamearrak y Orgate, o como el puentecito de madera que cruza el Errekaidorra, la regata que da nombre al recorrido y que es tenue frontera entre los estados español y francés.
El recorrido es también un viaje por la historia. Varios paneles, restos y reconstrucciones nos muestran las antiguas actividades vinculadas a la explotación de estos bosques, muestra de esa simbiosis que el ser humano alcanza en ocasiones con los recursos de la tierra, aprovechándolos sin esquilmarlos.
Siguiendo al Eguzkilore
Eguzkilore significa “flor del Sol”. Es un potente amuleto que engalana las puertas de los caseríos, y salvaguarda a sus moradores de la maldad de los númenes de Gaueko, el Señor de la Noche y las tinieblas. La carlina (Carlina acaulis), que es su nombre en castellano, habita las laderas de la montaña pirenaica y está protegida, por lo que no debe recogerse en estado natural. Pero eso no impide disfrutarla en los paseos por Irati, donde crece en campas y prados de altura cuando el arbolado se abre en claros o detiene su avance. Su rastro continúa a lo largo de un recorrido salpicado por sus rayos verdes y su inflorescencia áurica.
La ruta continúa caminando en el centro de montaña que un día ocupó la aduana de Pikatua, en la carretera que une Otsagabia, uno de los pueblos más bonitos de Navarra, con el puerto de Larraine. Desde aquí parten senderos como el exigente Koixta y el cómodo Zamukadoia, así como la cima del Abodi (1.531 m). Se trata de un recorrido circular de unos 15 km que une los senderos Cruz de Osaba y Zerillar.
Que no asusten ni la altitud ni la distancia, porque la pendiente es muy moderada y el camino no ofrece dificultades técnicas. Su magnífica combinación de floresta y pastizales permite perderse entre los claroscuros de los hayedos, y salir al claro para compartir azur y sinople con las ovejas latxa y las largas crines de las pottokak. Todo ello, entre lomas desde las que contemplar un tapiz aterciopelado de copas arbóreas, laureado por el quebrado horizonte de las montañas.